
Corre, Eve, Corre...
Author
Evelyn García
Date Published
Como mencioné en mi “Carta de bienvenida”, mi intención aquí siempre ha sido compartir mi testimonio, mis pensamientos y las cosas que he vivido con Dios mientras intento recorrer este camino. Y vaya camino ha sido. He perdido la cuenta de cuántas veces me he preguntado por dónde empezar. Han pasado tantas cosas. Pero supongo que podemos comenzar desde el principio, y quizás, mientras escribo, todo empiece a tener sentido.
Empezar nunca es fácil. Hay que esperar. Hay que sentarse en medio del silencio y ver cómo las cosas se desarrollan poco a poco. Y la paciencia… la paciencia nunca ha sido algo natural en mí. Siempre me he sentido más segura teniendo el control, intentando entender todo antes de dar incluso el paso más pequeño hacia adelante. Necesitaba certezas. Necesitaba respuestas. Necesitaba que las cosas tuvieran sentido. Lo desconocido me aterraba. ¿Fe? ¿Confianza? Esas palabras me parecían imposibles. Vivía con la mente girando a toda velocidad, ensayando cada posible desenlace, buscando garantías que no existían. Y si no podía verlo o tocarlo, no podía creer en ello.
Así que no, Dios nunca fue parte de mis planes. Pero de algún modo, yo siempre fui parte de los Suyos.
Hacia finales de 2023, algo dentro de mí cambió. Es difícil de explicar, pero sentía un llamado, una sensación profunda y constante que no me dejaba en paz. Era como si algo dentro de mí susurrara… y a veces incluso gritara… que necesitaba tener un encuentro con Dios. Y entonces surgió un pensamiento que se asentó en mi mente y se negó a irse: “Necesito estar plantada en la presencia de Dios.” Pensé que lo estaba imaginando. Intenté ignorarlo, pero sin importar cuánto lo empujara, siempre volvía. Más fuerte. Más claro.
Y mientras más tiempo pasaba, más urgencia sentía. Como si ya no pudiera seguir huyendo de eso. Pero claro, lo hice. Cada vez que sentía esa voz llamándome a rendirme, yo regresaba con un firme “no”.
Así que hice lo que siempre hago cuando me siento acorralada: empecé a negociar. Necesitaba claridad. Necesitaba algún tipo de garantía. Necesitaba estar segura de en qué me estaba metiendo. Así que le dije a Dios que iba a seguir haciendo las cosas a mi manera un poco más de tiempo. Seguramente Él podía esperar. Yo tenía tiempo. Al menos eso creía. No podía ver en ese momento que esta no era una negociación que yo pudiera ganar.
Realmente creía que sabía lo que era mejor para mí. Estaba convencida de que tenía todo bajo control. Ahora, al mirar atrás, veo cuán ciega estaba. Pero en ese entonces… realmente pensé que podía manejarlo.
Así llegó el 2024, y me mudé a Estados Unidos, dejando atrás a mi familia, mis amigos y todo lo que me resultaba familiar. Y aun así, seguía aferrándome a mi manera. Pero entonces llegó febrero, y tuve un sueño que jamás olvidaré.
En el sueño, estaba frente a lo que parecía una finca, observando a alguien que conocía sembrar semillas en la tierra. No quería que me viera allí, así que me escondí detrás de unos arbustos. Pero mientras trabajaba, comenzó a hablar. Todavía recuerdo exactamente lo que dijo:
“Tu mente se queda atrapada en las cosas más aleatorias. Y cuando eso pasa, eso es lo único en lo que piensas. Pierdes tanto tiempo obsesionándote con pensamientos que no llevan a ningún lado. ¿Pero alguna vez te has detenido a pensar qué pasaría si te obsesionaras con Dios solo por un mes? No te escondas. Sabes que estoy hablándote a ti.”
Y así, simplemente, me desperté. Y supe, en lo profundo, que ese sueño no era sobre esa persona. Era Dios tratando de llamar mi atención.
Pero incluso después de eso… seguí negociando. Aún no estaba lista para ceder.
Llegó marzo. La vida estaba bien. No increíble, pero bien. Y un día, de camino al trabajo, me encontré hablándole a Dios, explicándole cómo todo estaba funcionando más o menos bien, y cómo tal vez no necesitaba realmente hacer las cosas a Su manera. Incluso le expliqué cómo algunas de las cosas que Él me había dicho parecían ridículas, completamente imposibles. No podía imaginar que llegaran a pasar.
Y justo ahí, en medio de mis pensamientos, escuché una voz. Clara. Diferente a la mía.
“Si soy el Creador de los cielos y la tierra, ¿quién eres tú para limitar mi poder?”
Todo se quedó en silencio. Mis pensamientos se detuvieron. Me congelé. Por un momento, sentí que el tiempo mismo se pausó. Y cuando finalmente reaccioné, lo único que pude decir fue: “Sí… tienes razón. Pero igual… quiero seguir intentándolo a mi manera.”
Lo sé. Sé cómo suena. Y tal vez te preguntes cuánto tiempo pensé que podría seguir huyendo. ¿Honestamente? Probablemente para siempre, si Dios no me hubiese llevado a un punto donde no tuve más opción que decidir. Me dejó empujar, jalar, negociar… hasta que se me acabaron las alternativas. Hasta que lo único que quedó fue rendirme.
Marzo pasó. El Espíritu Santo no insistió más después de eso. Me dejó sentarme con mi decisión. Abril llegó y, como probablemente imaginas, los planes que hice en marzo no salieron como esperaba. Pero aun así, no estaba lista para soltar.
Entonces vino mayo. Y de alguna manera, encontré una iglesia cerca de mi casa. Empecé a asistir, yendo cada semana, pero aún negándome a abrir mi corazón por completo. Le dije al Espíritu Santo que le daría una última oportunidad a mi manera, y si no funcionaba, entonces bien, lo haría a la Suya. Realmente pensé que iba a ganar. Pensé que sabía más. Pensé que de alguna manera podía forzar mis planes si lo intentaba lo suficiente. Pero para julio, ya estaba agotada. Nada funcionaba. Mi ansiedad era abrumadora. Recuerdo haberme quebrado, llorando, rogándole a Dios que simplemente me dejara tener lo que yo quería. Le dije que me encontraría con Él más adelante. Que aún no estaba lista. Y entonces, mi mundo se vino abajo. Y de repente, me encontré parada justo en el cruce de caminos que tanto había intentado evitar. Sabía que ese era el momento. Sabía que lo que eligiera ahí lo cambiaría todo. Y que no habría vuelta atrás.
Ojalá pudiera decirte que elegir a Jesús fue un momento hermoso, emocional, lleno de amor. No lo fue. Fue cansado. Fue pesado. Fue más como: “Está bien… tenías razón. Ganaste. Vamos a intentarlo a tu manera.” Y de alguna manera, eso fue suficiente. Él tomó incluso eso. Mi rendición a medias, agotada. Y ha sido paciente conmigo desde entonces. Lentamente, con ternura, mostrándome cómo soltar y confiar en Él.
En fin… sé que esto fue largo. Pero quería contarte dónde comenzó todo antes de seguir compartiendo el resto.
Gracias por leer. ¡Hasta la próxima!
Comentarios
Cargando comentarios…