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Reflexiones

Dormir en la tormenta, o temblar en la voluntad de Dios

Author

Evelyn García

Date Published

Hace unos días recordé una conversación que tuve en diciembre. Alguien me preguntó: "¿Y cómo sabes que es Dios quien te habla?" La respuesta vino envuelta en una frase que he escuchado más de una vez: "Cuando es Dios, sientes paz."

Esa idea se me quedó dando vueltas. Porque, siendo honesta, en medio de mi proceso con Dios, lleno de rendiciones, silencios, esperas, dudas, obediencias y vueltas a empezar, no siempre sentí paz. Pero sí sentí sostenimiento, sí sentí dirección, sí sentí una mano invisible guiando mis pasos, aunque por dentro todo temblara.

Hoy entendí algo que me hizo respirar más profundo, como si un susurro suave hubiera llegado a mí desde la nada. Y es esto: la obediencia a Dios muchas veces no se siente bonita, ni cómoda, ni siquiera en paz al principio. Porque la carne, nuestros impulsos, nuestros deseos, nuestra necesidad de control, siempre va a chocar con lo que el Espíritu de Dios quiere formar dentro de nosotros. (Gálatas 5:17: "Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne...") 

Entonces pensé en Jonás. Dormía plácidamente en el barco… mientras afuera había una tormenta (Jonas 1:5). ¿Paz? En apariencia. Pero en completa desobediencia. Ahora pienso en los profetas, en los que sí respondieron al llamado de Dios: Dudaron. Tuvieron miedo. Temblaron. Lucharon con Él. Fueron expuestos. Y aun así, obedecieron. 

Jeremías, por ejemplo, dijo:

"¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño." (Jeremías 1:6)

Y Jesús mismo, en Getsemaní, tembló de angustia, orando con sudor como gotas de sangre mientras decía: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Lucas 22:42-44)

Porque muchas veces, el llamado de Dios no acaricia el alma, la confronta. Y aun así, obedecer es el camino. Porque la verdadera paz no siempre aparece cuando escuchamos la voz de Dios por primera vez, sino cuando rendimos todo y decidimos obedecerla. La paz no siempre es una sensación inmediata; muchas veces es el fruto que nace del proceso de morir a uno mismo.

Decir que "si es de Dios, sentirás paz" puede ser peligroso. No porque sea mentira… sino porque es una verdad a medias. Y las verdades a medias, cuando se convierten en doctrina, pueden convertirse en armas. Armas que invalidan procesos. Armas que avergüenzan al que duda. Armas que le dicen al que está temblando: “Si no tienes paz, entonces no es Dios.” Y eso no es justo.

"El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil." (Mateo 26:41)

Dios lo sabe. Y por eso tiene paciencia con nuestros procesos. Porque muchas veces Dios no llama con una voz que acaricia, sino con una voz que quiebra. Una voz que rasga el alma, que hiere el orgullo, que expone las resistencias. Y esa voz, aunque no se sienta "pacífica", es la voz que transforma. Hoy, con los pies todavía marcados por el fuego que he cruzado, puedo decirte esto con seguridad: La paz verdadera llega cuando rendimos la carne. Cuando decidimos obedecer. Cuando soltamos el control.

No siempre cuando sentimos algo bonito. No siempre cuando la emoción está alineada. Sino cuando cruzamos esa línea donde ya no se trata de lo que sentimos, sino de lo que creemos.

Y ahí, justo ahí… llega la paz.

No porque todo esté resuelto, sino porque por fin soltamos la pelea.


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