
Entre espigas y Gracia
Author
Evelyn García
Date Published
Rut 2
Después de todo lo que habían vivido, Noemí y Rut llegaron a Belén sin nada. Dos mujeres solas, sin recursos, sin respaldo. La vida les había dado un golpe tras otro. Pero incluso en medio del dolor, la fe se nota. Rut, que no tenía obligación de quedarse, decide ir al campo. Le dice a Noemí: “Déjame ir al campo a recoger espigas, detrás de aquel a cuyos ojos halle gracia” (Rut 2:2).
No fue por una promesa. No fue porque tenía un plan. Fue porque sabía que debía moverse. Y a veces, la fe se ve justo así: en la decisión de no quedarte sentada, de salir y hacer lo poco que puedes… aunque no veas aún lo que Dios está preparando.
Rut no salió a buscar a Booz. Salió a buscar comida. Y el verso 3 dice: “Y fue, y llegando, espigó en el campo tras los segadores; y aconteció que aquella parte del campo era de Booz…” Aconteció. En otras palabras: “por casualidad”.
Pero sabemos que en Dios nada es casualidad. Ese “aconteció” en realidad era parte del plan. Rut no lo sabía. Noemí tampoco. Pero el cielo ya había decidido conectarla con el campo correcto. El favor de Dios ya la cubría.
¿Cuántas veces creemos que solo estamos “haciendo lo que podemos”, y resulta que ya estamos dentro del campo donde Dios planea redimirnos?
Cuando Booz aparece y pregunta por Rut, lo primero que hace es interesarse por su historia. Y luego se acerca y le habla. No la ignora. No la mira de lejos. No le pregunta qué hace una moabita recogiendo espigas en su campo. La llama “hija” y le ofrece protección.
“Oye, hija mía, no vayas a espigar a otro campo... Quédate aquí. He mandado a los jóvenes que no te molesten. Cuando tengas sed, ve a los cántaros…” (vv. 8–9)
Rut no pidió nada de eso. Solo quería recoger algunas espigas. Pero el redentor ya estaba viéndola, cuidándola, honrándola. Y esa es la gracia. No es algo que se pide. Es algo que se da. No es algo que se gana. Es algo que se recibe.
Jesús hace lo mismo con nosotros. Nos ve recolectando espigas, intentando sobrevivir, recogiendo lo que podemos de la vida, y en vez de juzgarnos por lo poco que tenemos, se acerca con ternura y nos cubre con favor.
La reacción de Rut es muy humana: “¿Por qué he hallado gracia ante tus ojos, siendo yo extranjera?” (v.10) Rut cree que es indigna. Sabe que no pertenece. Que viene de un pueblo donde no se adoraba al Dios de Israel. Pero cuando caminas con el favor de Dios, Él no pregunta de dónde vienes. Dios ve tu corazón rendido. Y Booz le responde:
“Se me ha contado todo lo que has hecho con tu suegra… cómo dejaste tu tierra y tu parentela… El Señor te recompense tu obra…” (vv. 11–12)
La historia de Rut ya había llegado a sus oídos. Igual que Jesús conoce la tuya. No tienes que explicarle nada. Él sabe. Te ha visto en lo secreto. Y aun así, te llama hija. Te honra. Te invita a quedarte. El momento más íntimo del capítulo es cuando Booz la llama a comer a su mesa. “Ven aquí, y come del pan, y moja tu bocado en el vinagre” (v.14)
Eso no era común. Rut no era parte del grupo. Pero Booz la invita igual. Y eso me habla de Jesús otra vez. El pan, el vinagre… la mesa.
Rut, una extranjera, termina comiendo junto al redentor. Y no solo come: come hasta saciarse. Y todavía le sobra.
Así es con Cristo. No nos da lo justo, nos da de más. Nos invita a Su mesa cuando no merecíamos ni estar en el campo. Nos llena. Nos sacia. Nos honra.
Cuando Rut regresa donde Noemí, lo hace con las manos llenas. Y por primera vez en mucho tiempo, Noemí empieza a ver a Dios de nuevo. El favor que recibió Rut no fue solo para ella: también tocó a Noemí. “¡Sea bendito el Señor, que no ha dejado de mostrar su bondad!” (v.20)
La misma mujer que antes decía “Dios me ha dejado vacía” ahora reconoce que nunca la dejó. Dios usó a Rut. La moabita. La extranjera. La viuda. La que nadie esperaría que fuese elegida. Y así también te puede usar a ti.
Este capítulo me recuerda que la gracia no hace ruido, pero transforma todo. Rut solo salió a recoger espigas… pero terminó encontrando favor, identidad, propósito y una promesa.
Tú también podrías estar en el mismo punto. Solo estás tratando de recoger lo poco que queda, pero sin saberlo, ya entraste en el campo de tu redención. Jesús, tu redentor, te ve. Te protege. Te honra. Y cuando te invita a Su mesa, no te da migajas. Te da pan hasta saciarte.
Nota al lector: Reflexión devocional inspirada en Rut 2. No es un comentario teológico, sino una lectura desde el corazón y la fe.
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